La tercera interrogante, es la que
se plantea por el sentido de la vida, señala el teólogo Tony Mifsud. “Es la
experiencia de la infinitud de nuestros deseos, pero la finitud de su
realización; de la necesidad de soñar en medio del descubrimiento de la
experiencia del límite. Es el universo de los ¿por qué? y los ¿para qué? frente
a la vida...donde se intenta comprender lo particular a partir de lo universal;
…el detalle a partir de la totalidad; …una situación dentro de un contexto más
amplio capaz de relacionar lo puntual con lo global. El sentido de la vida facilita
la construcción de la propia identidad e ilumina el quehacer más apropiado porque
constituye un punto de referencia que establece el contexto dentro del cual se
plantean las dos preguntas sobre la identidad y el quehacer prescriptivo. A la
vez, el crecimiento personal y las decisiones correctas orientan la búsqueda
por el sentido de la vida”.
Descubrir el sentido de la vida, consiste
en realizar una profunda reflexión personal, acerca de nuestro propio destino, de
nuestro propósito y de nuestro papel singular en la vida, la cual es posible concretizar
mediante la formulación de la visión personal, pues tal como lo señala Stephen
Covey, la visión es “ver un estado futuro con el ojo de la mente (…) representa
sueños, deseos, esperanzas, metas, planes”, es una perspectiva de visualizarnos
en el largo plazo, que a su vez define el camino que se debe seguir para alcanzar
las metas propuestas.
Pero, paradójicamente, mientras participamos
en la formulación de la visión y misión empresarial de la organización en donde
laboramos, no imaginamos ni realizamos la propia visión personal para desarrollar
nuestro propio potencial, y por eso lo subutilizamos, quedándonos con la visión
que ofrecen los lugares comunes del disfrute del presente y de la simple felicidad.
En efecto, vivir el presente, lema de hoy en día, desligado de una perspectiva
de visión de largo plazo nos conduce a un activismo ciego o a vivir de manera irresponsable;
y parafraseando a Kant, como la felicidad es esencialmente indeterminada,
debido a su carácter excesivamente subjetivo, pero curiosamente Aristóteles, “el
más grande eudemonista de la historia de la filosofía está completamente de
acuerdo con Kant… solo que en lugar de abandonar la búsqueda de la felicidad
como relevante moral, como lo hace Kant, se arriesga por este mismo camino y
llega a ser tan osado que plantea que aunque todos busquemos la felicidad,
aunque nadie a ciencia cierta pueda saber qué hace felices a todos los hombres,
sea necesario mostrar que hay una forma de felicidad que es la más verdadera
y la más duradera…la virtud”.
En consecuencia, “estas tres
preguntas forman una totalidad, pero cada una tiene su tiempo privilegiado: La
interrogante sobre la identidad personal aparece con más fuerza en la adolescencia
cuando el joven precisa diferenciarse de los demás; el qué debo hacer es el
gran desafío que plantea el adulto cuando asume la responsabilidad de su vida; y
la pregunta por el sentido se hace más apremiante con la vejez porque se acerca
el interrogante final dentro de un contexto de dependencia y uno vale por lo
que es”, plantea el teólogo jesuita.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario