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Hoy nos
ocuparemos del más grande de los temas, visibilizado por la pandemia del
COVID-19, pero relegado por la postmodernidad, esta nueva forma de expresión centrada
en el culto por el individualismo: la necesidad de incorporar el eje del
misterio en las decisiones humanas, como exigencia ética.
En efecto,
la pandemia ha revelado que en las elecciones adoptadas por los tomadores de
decisiones del planeta, ha primado el ego humano sobre la voluntad divina representada
en principios orientadores del comportamiento humano e inscritos en el corazón del
hombre, centro de decisiones de la persona, denominado conciencia, tal como lo
señala Tony Mifsud, en el texto la “Moral fundamental”. Pues, así como en la
naturaleza subyacen principios que la rigen, y que la ciencia tiene que desentrañar,
en el ser humano, como ser racional, también existen principios o leyes
naturales que guían su conducta, y cuyo esclarecimiento es objeto de estudio de
la teología y la religión.
Ya lo
mencionábamos, que así como en la ecología física, existen los principios de
diversidad y dependencia que explican el funcionamiento de cualquier ecosistema
natural, en el ser humano, afirma el mencionado padre jesuita: “la relación
entre libertad humana y ley divina tiene su base en el corazón de la persona,
ósea en su conciencia moral”. De manera que la ley divina o eje del misterio
tiene como función orientar y guiar la decisión humana, tal como lo afirma el
teólogo brasilero Leonardo Boff “un pensamiento que no erija la razón en
instancia suprema de decisión y se guíe por el misterio, dentro del cual se
ejercita la razón, conserva la polaridad (…) y así como tenemos órganos externos,
los ojos, los oídos, el tacto, tenemos también un órgano interno de especial
cualidad, un logro de nuestra evolución humana. Lo llamaron el punto
Dios en el cerebro”.
Stephen
Covey señala que “los principios son como faros. Son leyes naturales que no se
pueden quebrantar”. En consecuencia, el desastre ecosocial expresado en la
injusticia social y en el planeta gravemente enfermo, revela el quebrantamiento
de este principio materializado en el olvido de Dios y sus principios
orientadores en las decisiones planetarias adoptadas, que han limitado la
visión humana, guiada exclusivamente por su libertad o libre albedrío, vale
decir, por su ego miope, que “no escucha ni siente la totalidad del sistema”, tal
como lo afirma Covey. E igualmente a nivel nacional la desatención y el quebrantamiento
de los principios del decálogo bíblico, de no matar, no robar, no mentir, han
dado origen a la violencia, la corrupción y el engaño, características
distintivas de nuestra nación.
Pero, por
otro lado, la visión de Dios restringida a pedir, agradecer, y a, tal como lo
expresa el sacerdote Juan Jaime Escobar, “desgranar camándula… y a pegarnos de Dios, creyendo que Dios nos va a hacer la
vida fácil, que vamos a estar llenos de bienestar, de logros, de triunfos, de
victorias humanas, que nada nos va a tallar(…) recuerden lo que dice San Pablo
en la carta de los romanos: “nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene ”…
la promesa de Dios es que seas un hombre justo...en ninguna parte dice que seas
un hombre que tenga de todo y no le falte nada y viva feliz de la pelota. Esa
no es la promesa de Dios...”, entonces, dicha
visión reducida se convierte en una limitación que impide ver el
verdadero sentido de Dios y de su propósito, cual es, el proceso de ajuste…el
colosal y doloroso proceso de ajuste…de nuestro comportamiento a los principios
emanados del misterio para conquistar virtudes y tomar mejores decisiones, las
cuales implican necesariamente una protección deficiente nuestros propios derechos
individuales…para garantizar un nosotros, bien ontológicamente superior, y una
vida centrada en principios.