lunes, 22 de febrero de 2021

DESARROLLO DE LA LIBERTAD, PRIMER DON DE NACIMIENTO, COMO CONDICIÓN PARA SUPERAR LA CRISIS ECOSOCIAL DEL PLANETA.


 


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La libertad como don, el denominado libre albedrío o libertad de querer, tiene dos niveles, según bien lo señala el jesuita doctor en teología Tony Mifsud: uno, como la capacidad del ser humano de auto-determinarse, y otro, como la posibilidad real de poner en práctica esta capacidad. (…) el primer nivel es una condición antropológica que nos distingue como especie, pues con ella contamos con la capacidad formal de superar el determinismo de los instintos y de los hábitos, para poder asumir el rumbo de la propia vida; y el segundo nivel hace referencia a la posibilidad de poner en práctica dicha capacidad mediante la toma de decisiones (voluntad) con conocimiento de causa (inteligencia), un querer sabiendo… pues la “auténtica libertad humana no consiste tanto en la capacidad de elegir sino en saber elegir lo que corresponde a un verdadero crecimiento de la persona y/o lo que garantice relaciones justas entre los hombres”.

 

Dicha capacidad, nos es otorgada como semilla, y por tanto, es nuestro deber desarrollarla con esfuerzos personales y decisiones, con el propósito de realizar en nosotros las condiciones por las que podemos llegar poco a poco a una más alta libertad.

 

Estas condiciones, afirma Pérez Mercado Juan Francisco, “son el conocimiento de sí y la rectitud del querer. En cuanto a la primera condición, cada persona debe esforzarse por conocer su carácter, su temperamento, sus hábitos y las tendencias que se actualizan en su conciencia. El camino para lograr la segunda condición es racionalizar la voluntad, cuya función es querer”.

 

El conocimiento de nuestra interioridad tiene el propósito de “reescribir los guiones que otros nos han dictado y que han dado lugar a conductas inconvenientes. Y para ello hemos de usar el don de la autoconciencia” para identificar los guiones errados y los principios y leyes naturales inscritos en nuestro interior con el fin de iniciar el proceso de ir desaprendiendo el viejo y adquiriendo el nuevo aprendizaje con base en el principio elegido.

 


LOS DONES DE NACIMIENTO OTORGADOS COMO SEMILLAS…ES NUESTRO DEBER DESARROLLARLOS


 

https://elmeridiano.co/noticia/los-dones-de-nacimiento-otorgados-como-semillas-es-nuestro-deber-desarrollarlos


Al nacer, plantea Stephen Covey, nos fueron concedidos unos espléndidos dones o capacidades…pero, fueron otorgados como semillas…sin germinar… lo cual significa que dichos dones deben ser cultivados y desarrollados por cada sujeto, pues nos fueron dados en potencia…en estado latente… en germen.   

Los dones de nacimiento que nos fueron otorgados, en forma incipiente, y que nos distinguen como especie son: la libertad; unas leyes naturales o principios de carácter universal que nunca cambian; y cuatro (4) inteligencias, dimensiones o capacidades (física/económica, emocional/social, mental y espiritual).

Respecto del primer don, plantea Covey que “la libertad humana o facultad para elegir significa que no somos sólo el producto de nuestro pasado, de nuestros genes o de nuestros hábitos…que sin duda influyen sobre nosotros…pero no nos determinan”, pues con nuestras elecciones nos determinamos a nosotros mismos. En efecto, lo anterior se corresponde con el concepto de libertad dado por Luis Carlos Restrepo, al definirla como “la capacidad de romper el orden simbólico interno y proponer nuevos modelos de pensamiento y acción”. El orden simbólico que la persona proactiva debe romper es el orden natural de su automatismo animal (primera naturaleza), y el de sus hábitos, que configuran la segunda naturaleza.

Con relación al segundo don, señala Carlos Llano Cifuentes, filósofo mexicano, que los principios “son pautas de desarrollo contenidas en la idea clásica del ser humano: dueño de sí y ansia de infinito, es decir, libre y trascendente”; y Stephen Covey señala que “los principios son como faros. Son leyes naturales que no se pueden quebrantar”. Usar con sabiduría la libertad o capacidad para elegir, señala el Sócrates americano, significa vivir guiándonos por esos principios o leyes naturales, en lugar de seguir la cultura de hoy basada en remedios rápidos, pues la ignorancia o el desprecio de tales principios constituyen la forma más grave de degradación en el hombre. 

Para decirlo claramente, así como en la naturaleza hay leyes naturales que la rigen, y que han sido desentrañadas por la ciencia, como la ley de la gravedad, las leyes de la termodinámica, los principios de Pascal y ecológicos, por ejemplo, en el hombre también hay principios o pautas de conducta que lo rigen y deben guiar su comportamiento… y así como no se pueden violar las leyes y principios naturales, pues se contaminan o colapsan los ecosistemas naturales, tampoco se pueden desestimar los principios o pautas humanas de conducta so pena de contaminarse también los ecosistemas humanos, pues los principios son universales, intemporales y manifiestos.

Para el filosofo mexicano “el cenit cultural de las normas humanas de conducta se encuentran reunidas en el decálogo bíblico, que configuran lo que él denomina los principios de contenido concreto, que tienen de denominador común: el desarrollo de la persona; (…) no son meras prohibiciones o normas voluntariamente impuesta por Dios, sino que están relacionadas con el desarrollo de la persona, (…) pues con la trasgresión del decálogo bíblico agrede el hombre su condición de persona, al convertirse en objeto…tanto la persona que ejerce la acción a la que se refiere el mandato o principio, como aquella a la que tal acción es destinada”.

Pero, además, de los principios de contenido concreto, existen otros principios que no indican concretamente las personas a que se refiere la acción, o la persona sobre la que recae la acción referida, sino que se formulan de una manera formal, de modo que puedan materializarse o concretarse en los objetos de una situación determinada; dichos principios son denominados por Llano Cifuentes, principios formales de moralidad, “los cuales ofrecen la ventaja de dotar al individuo de una mayor autonomía, pues es el quien hace una aplicación que, aún no estaba hecha, como lo estaba en los principios de contenido concreto; (…) [la persona no debe considerarse nunca como medio sino como fin], es un ejemplo de principio formal de moralidad, pero el llamado imperativo categórico de Kant, [obra de tal manera que tu acción pueda erigirse en norma universal de conducta], se puede considerar como el más formal entre los principios formales”.

Y, el tercer don, el cual alude a las cuatro (4) inteligencias, dimensiones o capacidades se corresponden con las cuatro partes de la naturaleza humana simbolizadas por el cuerpo, el corazón, la mente y el espíritu.

Como el pleno desarrollo del hombre consiste en el ajuste de su conducta a dichos principios, lo cual  implica necesariamente una protección deficiente de nuestros propios derechos individuales, para garantizar un nosotros, bien ontológicamente superior, se evidencia la asombrosa correspondencia entre los dones de nacimiento de la “libertad” y los “principios” con los ejes de la “libertad humana” y del “misterio” del modelo ecológico, pues el propósito del eje del misterio es orientar la elección humana hacia lo colectivo para trascender el yo individual y mantener la polaridad que requiere la existencia humana.

 

 

 

 


GRANDEZA O MEDIOCRIDAD?


 

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Esa es la gran pregunta de la existencia, ¿grandeza o mediocridad?… recordando al Hamlet de Shakespeare, ser o no ser, esa es la cuestión… o el to be or not to be de nuestro ilustre David Sánchez Juliao…”pero yo decidí ser mejor to be”, afirma en su obra estrella El Flecha.

Sthephen Covey, en su libro el octavo hábito, señala que solo hay dos caminos a la pregunta de la existencia humana… o se tiene grandeza o se es mediocre… así de sencillo y… de dramático.

En efecto, Covey plantea que el ser humano tiene cuatro dimensiones: cuerpo, mente, corazón y espíritu. Y a partir de ellas señala las alternativas a la encrucijada existencial…cruce de caminos que nos puede conducir a la grandeza o a la mediocridad, según las decisiones que vayamos tomando. El sendero… arduo a la grandeza lo denomina “fuerza creativa…o proceso de desarrollo secuencial de dentro hacia afuera”, y la autopista a la mediocridad la llama “software cultural…o remedio rápido de fuera hacia adentro”.

La fuerza creativa o manifestación más elevada para el desarrollo y cuidado del “Cuerpo” es la “disciplina” y la programación de la cultura para su descuido y uso es la “extravagancia”; la fuerza creativa para el desarrollo y cuidado de la “Mente” es tener una “misión” y la programación de la cultura para su descuido y justificación es el “victimismo”.

Por su parte, la manifestación más elevada para el desarrollo y cuidado del “Corazón” es la “pasión” y la programación de la cultura para su descuido y uso es el “espejo social”; la fuerza creativa para el desarrollo y cuidado del “Espíritu” es tomar decisiones a “conciencia” y el software cultural para su descuido y justificación es el “ego”.

Ego, espejo social, victimismo, y extravagancia configuran el paradigma de la persona fragmentada o de la mediocridad, y la conciencia, pasión, visión y disciplina determinan la grandeza o paradigma de la persona completa.

Y sin duda, nuestra cultura contemporánea facilista, con tendencia excesiva al placer, a la apariencia, al consumismo, a la ostentación, al individualismo, a la arrogancia y a la soberbia humana arrastra al sujeto por el camino trillado de la mediocridad, cuya expresión inequívoca es la crisis ecosocial que afronta el planeta.

Se abordarán en detalle cada una de estas dimensiones, en las próximas entregas, con el propósito de mostrar las posibilidades de reconstrucción personal que están a nuestro alcance.