El jesuita Tony Mifsud, doctor en
teología moral, en una aproximación al concepto de moral, delimita el campo
específico de su objeto de estudio: la realización del proyecto fundamental de la
persona.
En tal sentido señala que “en el
curso de nuestras vidas hay tres preguntas que nos acompañan constantemente:
¿Quién soy?; ¿Qué debo hacer?; y ¿Qué sentido tiene la vida? y son
interrogantes que nos planteamos de manera consciente o inconscientemente. La
pregunta por la identidad personal es global y totalizante porque connota el
sentirse alguien coherente y, de esta manera, poder presentarse frente al otro
desde la propia individualidad. (…) Sin embargo, la pregunta por la propia
individualidad, siendo personal, no es individualista, [porque
como vivimos en un mundo interdependiente],
todo intento de respuesta tiene que hacer referencia a tres variables fuera de
uno mismo: los demás, el tiempo y el espacio”.
Tal como lo afirma el teólogo
brasilero Leonardo Boff: “la persona concreta es este complejo nudo de
relaciones y no se la puede entender prescindiendo de estas realidades que la
integran concreta y esencialmente”.
En primer lugar, plantea el
jesuita europeo nacionalizado en Chile “es del todo imposible definirse sin
hacer referencia a otras personas, [dado el
carácter interdependiente de la vida y del mundo, con el que nuestra vida ha quedado] marcada por aquellas personas que son significativas
en la vida de uno, y a la vez, el curso de la propia vida no se comprende sin
ellas. En ese sentido, los otros significativos forman parte de la propia vida,
sea de manera positiva porque constituye ideales o fuente de cariño, sea de
manera negativa ya que son causa de dolor o rechazo. El reconocimiento y la
aceptación profunda de aquellas personas que han dejado sus huellas en la
propia vida es esencial para construir la propia identidad y comprenderse a
cabalidad”.
En segundo término, “las relaciones
interpersonales se viven en un contexto histórico determinado. No es lo mismo haber
nacido en el siglo veinte que en el medioevo, o no es lo mismo haber vivido en la
década de los setenta que haber nacido en los noventa. Cada época tiene su
cultura, su problemática (…), y esto no deja indiferente a las personas. (…) Somos
hijos de nuestros tiempos”.
Y finalmente, “cada uno nace
dentro de un lugar específico (…) no es lo mismo nacer en el trópico que en la
zona glaciar (…) y este lugar también deja huellas muy profundas en la manera
de ser, de comprender, de vivir. [En
consecuencia], los otros, el tiempo y el espacio
configuran la propia identidad porque van tejiendo el propio yo, y constituyen
la materia prima sobre la cual cada uno va construyendo su propia vida. Por
tanto, cualquier respuesta frente a la interrogante sobre la propia identidad
necesariamente tiene que formularse con base en el recorrido del camino de la
propia historia: relaciones interpersonales dentro de un contexto histórico y
ubicados en un espacio delimitado”.
Parafraseando al teólogo
brasilero, la persona no es una isla, sino un continente conectado con los
otros y con el mundo, que van configurando el proyecto fundamental o personal, vale
decir, su proyecto de vida.
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