Decía
San Juan Crisóstomo…y, por su parte, el
sacerdote, filósofo y teólogo español Marcelino de Andrés afirma que “también
María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra. Era callada Ella. Realmente,
cuántas palabras se ahorró. Pero, cuánto dejó dicho sin palabras. Cuánto dejó
escrito con su vida. Cuánto testificó con sus obras”.
“El silencio de la Virgen durante su vida fue como un gran
mosaico de pequeños silencios. Vamos a detenernos un momento a contemplar, el
silencio ante José:
Imaginemos aquella escena en la que, un buen día, María
regresaba de la región montañosa tras visitar y ayudar a su prima Isabel. Ya
habían pasado más de tres meses desde la Anunciación. A María ya se le notaba
que estaba en cinta. Y cuando vio a José, que le salió al encuentro por el
camino, le dio una gran alegría, pero a la vez un grande apuro. José notaría su
estado. Y, de hecho, lo notó. Ambos estaban prometidos en matrimonio, pero aún
no vivían juntos; y resulta que Ella ya esperaba un hijo.
Entonces María,
ante el asombro de José, no comenzó a explicarle lo de la aparición del ángel,
ni lo del mensaje del cielo, ni que el Niño era de Dios... No. María prefirió
callar. José estaba confundido. Y no era para menos. Sin embargo, miró a los
ojos a María y los vio tan puros, tan limpios, tan inocentes, que creyó más a
los ojos de María que a los suyos propios. José amaba a María y confiaba en
Ella, pero no alcanzaba a comprender lo que ocurría.
La Virgen no estaba segura de la reacción de
José. Por eso es conmovedor este silencio suyo. Ella intuyó que Dios se lo
daría a entender a José mejor que Ella misma, como Él sabe y cuando Él lo
juzgase oportuno. María guardaba silencio sin culpa alguna. Callaba aun a costa
de su propia honra. De hecho José, que era bueno y justo, decidió repudiarla en
secreto.
La Santísima Virgen, al no excusarse, al no decir nada a
José, a nosotros nos está diciendo mucho. Nos está diciendo que nos sobran
muchas palabras y demasiadas veces. Nos sobran muchos “es que”, muchos “es que
yo no tuve la culpa”, “es que yo no era el único”, “es que yo no tengo nada que
ver”, ante nuestros fallos y deficiencias. Nos falta más silencio y resignación
y nos sobran excusas. Y eso que la mayoría de las veces somos culpables de
verdad...”.
Y mi
limitada visión alcanza a vislumbrar en nuestra madre Tarcy, destellos de esa
virtuosidad, pues, estructuró su
vida como mujer de muy pocas palabras…mujer del silencio, en clara imitación de
la virtuosidad de nuestra Santísima Virgen María, pues, “era el silencio de la Virgen, continúa afirmando el sacerdote,
filósofo y teólogo español Marcelino de Andrés, un silencio hecho oración y
acción. Un silencio lleno, no vacío ni hueco. No se trataba, por tanto, de una
simple ausencia de palabras, de ruidos, de distracciones. El silencio de María
fue un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento (…) Un silencio
fecundo en buenos pensamientos, en proyectos de ayuda a los necesitados, en
propósitos de entrega y donación (…) ¡Qué ejemplo de discreción de nuestra
Madre!”.
Lo
anterior, en virtud del primer aniversario de su partida, el pasado 27 de junio.
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