EL
CAMINO DE LA ESPIRITUALIDAD
Lo
expresado en este artículo es una síntesis del capítulo “la conversión como
proceso de madurez humana” del libro “El camino de la espiritualidad” del sacerdote
y escritor chileno Segundo Galilea:
El desarrollo de la dimensión
espiritual que nos va llevando a la experiencia de Dios, “comienza por la fe,
que animada por el amor…desencadena la conversión [punto de arranque de la
espiritualidad].” “El proceso de conversión es la firme decisión de ponernos en
marcha” para seguir los principios y leyes naturales que actúan como faros o
pautas de desarrollo personal, que no se pueden quebrantar, pues el desprecio
de tales principios…constituye la forma más grave de degradación de la persona…
la cual puede rectificar mediante un proceso maduro de conversión.
“La conversión es siempre una ruptura…un
cambio de mentalidad: comenzamos a guiarnos por [principios, leyes naturales],
y criterios de fe…y no por la cultura y los criterios del mundo” … pero, exige primero
reconocer que se ha quebrantado algún principio… y, después… estar dispuesto a iniciar
“un cambio radical de prácticas y actitudes que marcan el derrotero del segundo
nacimiento [para empezar a dejar atrás al hombre viejo y dar paso al renacer
del hombre nuevo]”.
Como el punto neurálgico de la
espiritualidad… es la conversión, y el de la conversión…darse cuenta que se ha
cometido alguna falta moral, por haber transgredido algún principio o alguna norma de
comportamiento contenida en el decálogo bíblico…el hecho de que el ser humano
se ubique de entrada en el “club de los buenos”, tal como lo señala el
sacerdote Juan Jaime Escobar, impide dar el paso inicial de representación del
conflicto, al no reconocer que se ha cometido una falta, condición necesaria para
comenzar el proceso de conversión.
La incapacidad de la representación
del conflicto…o “ceguera…es la forma más alta de la insensibilidad del
espíritu, pues el sujeto no ve, no percibe sus fallas ni los puntos en que debe
superarse…y es por eso que la conversión debe comenzar…por una toma de
conciencia, seguida de una crisis inicial y una decisión, pero es igualmente un
largo proceso que toma toda la vida, dado que en él hay momentos fuertes,
momentos difíciles, crisis de maduración, donde debemos volver a elegir y a
optar reiteradamente por los principios que nos atrajeron al comienzo”.
“El seguimiento
del apóstol Pedro, desde la conversión superficial e incipiente, hasta la conversión
madura de la fe, a través de la crisis, después de haber negado a Jesús tres
veces, es un paradigma del proceso de la conversión de cada cristiano”. En
efecto, la conversión inicial comienza con el reconocimiento del
quebrantamiento de un principio o “pecado, como única realidad incompatible con
cualquier progreso espiritual”; prosigue con la firme decisión de respetar el
principio quebrantado y “renunciar al valor que lo contraviene e incompatible
con la misión personal; (continúa), con la conversión madura, que va más allá
de la pura renuncia al mal y al pecado…y que comienza después de una nueva
crisis… algún tiempo después… en la que nuestra vida de fe es invadida por una creciente
insensibilidad, los valores evangélicos a los que nos habíamos convertido van
perdiendo el sentido y la atracción sensible que al comienzo ejercían sobre
nosotros, comenzamos a experimentar desilusiones, fracasos y vemos la
relatividad de nuestro empeño; sobreviene el cansancio, y un deseo de trabajar
sólo lo indispensable, sin búsqueda ni cambio”.
Además, conforme
pasan los años, nos hacemos más burgueses, y buscamos seguridad y un mínimo de confort.
Es
por eso que, para que sea “más profundo el proceso de conversión, se requiere
del apoyo de la Providencia, pues la conversión como madurez humana consiste en
dejarnos conducir por el Señor de la fe, la cruz y la esperanza: “cuando eras
joven tú mismo te ponías el cinturón e ibas donde querías. Pero cuando te hagas
maduro otro te amarrará la cintra y te llevará donde no quieras”” (Jn.21, 18)
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